05 julio 2009

El Amor Brujo



La modernidad y Wright, vistas por R. Arlt & A. Rand.
Dos visiones opuestas de una única realidad fragmentada

Las ciudades son los cánceres del mundo.
Aniquilan al hombre, lo moldean cobarde, astuto, envidioso, y es la envidia la que afirma sus derechos sociales, la envidia y la cobardía. Si estos rebaños se compusieran de bestias corajudas lo hubieran hecho pedazos todo. Creer en el montón es creer que siempre se puede tocar la Luna con la mano.(...) en nuestro siglo, los que no se encuentra bien en la ciudad que se vayan al desierto.

Arlt, Roberto. Los siete locos.1929

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El Amor Brujo, es la última novela de Roberto Arlt. En ella plantea, como en buena parte de su obra, el desarrollo de personajes que se desenvuelven en una sociedad llena de contradicciones, y fundamentalmente hipócrita y mezquina. En esta obra en particular, su personaje principal Estanislao Balder, es un ingeniero que sueña con construir la ciudad moderna del futuro (la novela es de 1933), pero por otro lado, convive en una sociedad estancada.



Lo nuevo, es la sociedad que el súper-yo de Balder desea construir. Es en este plano, donde las contradicciones interiores del personaje cobran un mayor interés. En la dinámica entre lo que se exterioriza en primera instancia -un ser mezquino que detesta lo que lo rodea y sin embargo, continuamente, toma las mismas posiciones a las que pretende rechazar- y aquel personaje que desea cambiar al mundo, y que sin embargo, nunca hace nada para conseguirlo.

Primeramente, analizaremos este súper-yo del personaje de Arlt, aquel que se proyecta como constructor del futuro.

El estaba de acuerdo con Wright.
Había que sustituir las murallas de los altos edificios
por finos muros de cobre, aluminio o cristal.
Y entonces, en vez de calcular estructuras de acero para cargas de cinco mil toneladas, pesadas, babilónicas, perfeccionaría el tipo de rascacielos aguja, fino, espiritual, no cartaginés, como tendenciaban los arquitectos de esta ciudad sin personalidad.
[1]

La contraposición constante entre ese hipotético Wright que todo lo cambia, y la sociedad de Buenos Aires, burguesa y almidonada es constante.



Oh!, ya lo verían, cuando entrara en acción. Su proyecto consistiría en una red de rascacielos en forma de H, en cuyo tramo transversal se pudiera colgar los rieles de un tranvía aéreo. Los ingenieros de Buenos Aires eran unos bestias[2]



En este punto, quisiera incorporar un nuevo elemento de análisis, que si bien es posterior (una década, para ser precisos), servirá para ahondar más en esta contraposición generada por Arlt. Me propongo comparar a Balder, con el personaje Howard Roark de la novela El Manantial, de Ayn Rand. La autora norteamericana, se inspira en Wright para la construcción de dicho protagonista.



Trataremos de demostrar que, tratándose siempre de una misma -hipotética- persona, la interpretación de los autores con respecto a la postura moderna de Wright, es manipulada para afirmar un hilo narrativo y una ideología propia. De hecho, podríamos aseverar que existen varias formas de entender esta posición: la de Balder, la del súper-yo de Balder, la de Howard Roark y la del verdadero Wright. Y por esto, pretendemos demostrar, que ante un mismo conjunto de obras (las de Wright), según el contexto social y la posición de los autores, la compostura ideológica varía notablemente. Y por último, como estas diferencias, funcionan como la representación de las distintas interpretaciones que la arquitectura moderna tuvo en dichos contextos.
Dice Arlt en El Amor Brujo:

Por más apego que se tenga a la concepción materialista de la existencia, no se puede menos de asombrarse a veces, de la variedad de contradicciones que pone en funcionamiento en el mecanismo psicológico del hombre, la monotonía gris de la ciudad.[3]



La ciudad aparece como un elemento generador de corrupción e insignificancia, mientras que el hombre que busca su libertad, sueña con huir. Sin embargo, la irrupción de la modernidad, en los sueños de Balder, marca una segunda opción, la aparición de una posible ciudad distinta, una metrópolis de rascacielos, donde las máscaras de la burguesía que señala Arlt, desaparecen.
Por otro lado, en la versión de la modernidad norteamericana, que aquí representamos con el personaje de Howard Roark, la ciudad moderna es la cúspide de la civilización. Ambos personajes desprecian a la burguesía que se opone a la modernidad, pero mientras que para Balder, esto es un impedimento infranqueable que se materializa en la ciudad misma, para Roark es un obstáculo a superar en pos de un resultado vigorizador. La ciudad de los rascacielos es, el mayor triunfo de la sociedad:

Cambiaría el más bello atardecer del mundo por una sola visión de la silueta de Nueva York. Particularmente cuando no se pueden ver los detalles. Sólo las formas. Las formas y el pensamiento que las hizo. El cielo de Nueva York y la voluntad del hombre hecha visible. ¿Qué otra religión necesitamos?. Y entonces la gente me habla de peregrinaciones a algún agujero infecto en una jungla, a donde van a homenajear a un templo en ruinas, a un monstruo de piedra con barriga, creado por algún salvaje leproso. ¿Es genio y belleza lo que quieren ver?. ¿Buscan un sentido de lo sublime?. Dejadles que vengan a Nueva York, que vengan a la orilla del Hudson, miren y se pongan de rodillas. Cuando veo la ciudad desde mi ventana -no, no siento lo pequeña que soy- sino que siento que si una guerra viniese amenazar esto, me arrojaría a mí misma al espacio, sobre la ciudad, y protegería estos edificios con mi cuerpo.[4]



La obsesión por la construcción moderna, se ancla en la novela de Arlt, en la incorporación de nuevas tecnologías, principalmente el acero y el vidrio. Es de destacar que los rascacielos hipotéticos que describe el autor, parecen acercarse más a la vanguardia europea, que a Wright o la construcción de edificios de altura norteamericanos. Sin embargo, Arlt parece hacer mayor hincapié en la transformación por contraste entre la construcción tradicional y la nueva arquitectura como valor revolucionario, que en el significado propio e inherente de la arquitectura de cristal

El efecto de shock que propone Arlt, se distancia largamente del valor social de las vanguardias europeas. Por lo pronto, tiende a acompañar una posible revolución social, más que auspiciarla, a funcionar como contexto antes que como generador. No hay ideología que sustente dichos rascacielos, sino que son el resultado de una mente que busca distanciarse de la burguesía conservadora, mediante una renovación exclusivamente estética. Esto último, es sustentado por el rechazo que genera en su entorno dichas ideas, oposición que nuevamente, no se produce por un antagonismo de ideologías, sino que se trata de un enfrentamiento de principios formales. La discusión parece tomar un carácter pseudo-técnico, mientras que el valor representacional es dejado de lado.

Sus compañeros se reían. ¿Cómo resolvería el problema del reflejo? Y si respondía que, de acuerdo a los estudios de la óptica moderna, colocarían los cristales de manera que los edificios fueran pirámides cuya superficie reprodujera la escala cromática del arcos iris, las carcajadas menudeaban de tal manera, que indignado se apartaba de ellos.[5]




La burla de sus compañeros profesionales, es asimilable por otro lado, al rechazo que el propio Arlt sufría de parte de la intelectualidad porteña. Arlt no pertenecía a la misma clase social, ni provenía de las elites académicas. Y fundamentalmente, su narrativa recorría caminos distintos, con diferentes objetivos. Esto, a la vez, le permitía no tomar una posición ideológica concreta, y participar (y aunque no es el único caso, es muy singular) en publicaciones tanto del grupo Boedo, como el Florida. Es interesante para validar este punto, leer la descripción que hace de él J. L. Borges en un diálogo descripto por Bioy Casares en su diario, recientemente publicado.

Era comunista: se entusiasmó con la idea de organizar una gran cadena nacional de prostíbulos, que costearían la revolución social. Era un malevo desagradable, extraordinariamente inculto. Hablábamos una noche con Ricardo Güiraldes y con Evar Méndez de un posible título para una revista. Arlt, con su voz tosca y extranjera, preguntó: '¿Por qué no le ponen El Cocodrilo? Ja, ja'. En Crítica estuvo dos días y lo echaron porque no servía para nada. No sabía hacer absolutamente nada[6]



Esta cita de Borges, nos demuestra el rechazo de la elite burguesa de cualquier elemento socialmente ajeno, pretendiendo impedirles incorporarse a un mundo estético que se atribuyen como propio. Es decir, como aquellos que reclaman para si una renovación conceptual, anulan así, el principio rector de dicha vanguardia. En palabras de W. Benjamín:

(...) sólo la superación en el proceso de la producción espiritual de esa competencias que, en secuela de la concepción burguesa, forman su orden, hará que dicha producción sea políticamente adecuada; y además dichas barreras competitivas de ambas fuerzas productoras, deberán quebrarse conjuntamente[7].

Se hace crucial, entonces, estudiar la mentalidad que le atribuye Arlt a su entorno, para poder entender la necesidad de dicha renovación estética. Como hemos mencionado al principio de este texto, la novela se inserta en el contexto de una Buenos Aires en transformación, donde conviven lo moderno como modelo de progreso social y lo antiguo, como valor a superar.

Parecen dos ciudades superpuestas; arrinconada la de los rascacielos, extendiendo un fracturado horizonte de mampostería, la baja[8].

Una vez más, insistiremos en que dicha superación es entendida como imagen, y no como un valor ideológico. La apariencia es lo primordial, en esta lucha de distintas capas sociales, por ascender y fundamentalmente por mostrar dicho ascenso ante la sociedad. En esta pugna impracticable, es donde Arlt ve todas las deformidades que le atribuye a la ciudad.

La conciencia de ellas estaba estructurada por la sociedad que las había deformado en la escuela, y como las hormigas o las abejas que no se niegan al sacrificio más terrible, satisfacían las exigencias del espíritu grupal. Pertenecían a la generación del año 1900[9].



Retomemos el análisis comparado con la obra de Ayn Rand. Su personaje, Howard Roark es lo opuesto en cuanto a voluntad, a Balder. La modernidad, para Rand, requiere de hombres decididos y fuertes. De hecho, su obra completa es una alabanza hacia esos hombres. El destino manifiesto, se presenta en ambos personajes por igual. Ambos tienen el cambio de la ciudad por meta. Pero mientras que en Balder esto se presenta como sueño inalcanzable, en Roark es una realidad segura.

Él no había nacido para tan insignificantes menesteres- dice Balder. Su destino era realizar creaciones magníficas, edificios monumentales, obeliscos titánicos recorridos internamente por trenes eléctricos. Transformaría la ciudad en un panorama de sueños, de hadas con esqueletos de metales duros y cristales policromos.[10]

Balder se enfrenta a la parálisis propia de su vacilaciones de voluntad, generadas por sus incongruencias internas, antes estudiadas. Para Rand, esta mentalidad es propia del espíritu del tiempo que busca combatir:

Hay una clase especial de gente a la cual desprecio. A la que busca un propósito más alto o un fin universal; a la que no sabe para qué vive, que gime buscándose a sí misma. Usted lo oye en torno nuestro. Esto parece ser el lugar común oficial de nuestro siglo. Lo encuentra en cada libro que abre, en cada babeante confesión. Parece que fuera una cosa noble y digna de ser confesada. Yo creo que es la más vergonzosa.[11]



Esto nos demuestra la enorme diferencia de mentalidad que proponen ambos autores. Para Arlt, la superación del entorno es una farsa propia de la burguesía, para Rand, la superación es algo inexistente. Para la autora, solo existen quienes aceptan la verdad, y quienes viven en el pasado. Por lo pronto, hay una sola verdad, la razón y el futuro por sobre todas las cosas. Este discurso, típico de las vanguardias, no permite incongruencias ni grietas posibles. No acepta posibilidades ni dudas. Sin embargo, es preciso destacar, que esta posición que sostiene la autora (al igual que en sus otras obras) es la representación del triunfo de una clase política y fundamentalmente económica por sobre otra. La ausencia de un propósito más alto, es la consolidación de la individualidad y del liberalismo por sobre cualquier otro valor.




Estaba pensando en la gente que dice que la felicidad es imposible en la tierra... Mire cuán duramente tratan todos de encontrar alegría en la vida. Mire como luchan por eso. ¿Por que tienen que existir seres humanos con dolor? ¿Puede alguien pretender que un ser humano exista para otra cosa que no sea para su propia alegría? Todos la quieren, pero nunca la encuentran. Me pregunto el porqué. Ellos se quejan y dicen que no comprenden el significado de la vida.[12]



La felicidad de cada individuo, es el fin último para Rand. A la cuál se llega negando al otro, imponiendo sus valores, su única verdad. Entonces, mientras que la convicción segura, por un momento nos acercó a la posición de las vanguardias europeas (a diferencia de Arlt en este punto en particular), nuevamente encontramos una diferencia crucial. La arquitectura (o el arte en su totalidad) es la consecuencia de esta verdad, no es una herramienta de renovación social.
Creemos haber manifestado así, el carácter esencialmente reaccionario de Rand; disfrazando así la imposición por progreso, sometimiento por futuro, individualismo por fortaleza, y liberalismo febril por revolución social.

Es siempre, entonces, como en la proyección de los pensamientos y sueños de Balder, se materializan las aspiraciones de ascenso de la sociedad de clase media de la Buenos Aires de esa época. Anhelos, que como hemos sostenido previamente, se basan en una renovación y en un cambio disfrazado como progreso. Pero al comprender esta dicotomía por los propios artífices, los sueños se transforman en cinismo, el progreso en mezquindad y la voluntad en parálisis.

-Teodoro Tenenbaum-
Julio 2009

CITAS:
[1] Arlt, Roberto. El Amor Brujo, 1933. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora S.A,. 1968 pág. 72
[2] Arlt, Roberto. El Amor Brujo, 1933. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora S.A,. 1968 pág. 72
[3] Arlt, Roberto. El Amor Brujo, 1933. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora S.A,. 1968 pág. 61
[4] Rand, Ayn. El Manantial. 1943 Ed. Grito Sagrado 2006
[5] Arlt, Roberto. El Amor Brujo, 1933. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora S.A,. 1968 p. 72
[6] Borges, J.L. citado en ``El diario inédito de una amistad Conversaciones entre J. L. Borges y A. Bioy Casares``, de Sánchez, Matilde. En la página web Sololiteratura (literatura latinoaméricana) www.sololiteratura.com
[7] Benjamín, Walter. El Autor como productor. 1934. Taurus Ed., Madrid 1975
[8] Arlt, Roberto. El Amor Brujo, 1933. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora S.A,. 1968 p. 93
[9] Arlt, Roberto. El Amor Brujo, 1933. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora S.A,. 1968 p.81
[10] Arlt, Roberto. El Amor Brujo, 1933. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora S.A,. 1968 p. 76
[11] Rand, Ayn. El Manantial. 1943 Ed. Grito Sagrado 2006
[12] Rand, Ayn. El Manantial. 1943 Ed. Grito Sagrado 2006


2 comentarios:

espejo-doble dijo...

ayyy la imagen de Roberto Arlt
me atrapó.
saludos !!

Anónimo dijo...

esa actitud supuestamente liberal la llevan muchos jovenes hoy en dia sin tan siquiera darse cuenta...

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